Breve biografía de Mark Zuckerberg, creadeor de Facebook


Cuando hablamos de CEO-Rockstars, inmediatamente se nos viene a la mente la imagen de personajes que, con sus particularmente casuales formas de vestir, no menos curiosas formas de expresarse, una billetera bien abultada y gran posicionamiento en los medios, a veces lucen más como estrellas de farándula que como presidentes ejecutivos en grandes multinacionales de la industria tecnológica.

Si estiramos al extremo los elementos de la fórmula anterior y agregamos unos escasos 26 años de vida, además del hecho de ser dueño de una de las empresas más valoradas de Internet –y probablemente la que esté más cerca de dominar el mundo de la información, junto con Google–, el resultado es digno de guión cinematográfico.

Desde luego, Mark Zuckerberg no es otro muchacho del montón, aunque su aspecto a simple vista resulte engañoso. No habiendo alcanzado aún las tres décadas, su fortuna estimada ya roza los 7 mil millones de dólares (habiendo superado posiblemente a Steve Jobs). Por si fuera poco, alberga en su red las vidas privadas de 500 millones de personas, todo lo cual lo lleva a hacer –o más bien “ser”– noticia muy frecuentemente.

La sabiduría popular profesa que nadie se hace rico de la noche a la mañana, pero esta industria, con sus inspiradores casos de éxito, se empeña demostrarnos que no siempre es tan así. La corta pero frenética trayectoria de uno de los fundadores y actual CEO de Facebook es otra contundente prueba en contrario de aquella afirmación.

Una historia de traiciones
Curiosamente, mucha de la información que se encuentra por Internet respecto a la historia personal de Zuckerberg radica menos en lo que él mismo pudiera haber dicho de sí en alguna entrevista, que en los datos entregados por quienes fueran sus compañeros durante su vida de estudiante, todo lo cual contribuye a crear ciertas leyendas y a veces hasta un delicioso caldo de cultivo para hacer más interesante el guión de alguna película. Así, pareciera que, paradójicamente –y a pesar de que su perfil en Facebook sea completamente abierto–, Mark se reserva bastante bien su privacidad, llegando incluso a declarar en alguna ocasión (a propósito del inminente estreno de The Social Network) que no le hubiera gustado que se realizara ninguna película sobre él mientras estuviera vivo. Es de suponer que quien nada hace nada teme, por lo que sus buenas razones tendrá el joven empresario.

Genio para muchos, un sujeto de perfil psicopático para otros, la historia de Mark Elliot Zuckerberg adquiere un cariz turbio al mismo tiempo que comienza el desarrollo de sus primeros proyectos informáticos en la Universidad de Harvard, donde –al igual que varias otras estrellas como Bill Gates– no alcanzó a terminar su carrera.

Descendiente de padres judíos (si bien insiste en que es ateo), Mark no nació en Harvard. Antes de entrar a la prestigiosa institución pasó por la Phillips Exeter Academy, en donde llevó a cabo su primer trabajo importante: el desarrollo de Synapse Media Player (un reproductor de medios que de forma inteligente aprendía de los hábitos musicales del usuario). Esta última idea le interesó de sobremanera a la propia Microsoft, que no sólo intentó comprar la aplicación, sino reclutar a Zuckerberg para que formara parte de las filas del tío Bill. Sin embargo, en una instancia de esas en que la suerte de la historia pareciera depender de una sencilla decisión, Zuckerberg probablemente tomó la correcta y se negó al ofrecimiento, para así dar inicio a sus estudios en Harvard. Será, entonces, en un humilde dormitorio de esta institución (al fin alguien que no fundó su compañía en un garaje) que Facebook verá la luz, gracias al talento de Mark y con la ayuda de unos desconocidos Eduardo Saverin, Chris Hughes y Dustin Moskovitz, todos compañeros de universidad.

Pero como probablemente sepan, Facebook no nació siendo la red social abierta e hiper-conectada que hoy todos conocemos, sino un proyecto circunscrito únicamente –en un principio– a la universidad de Harvard, permitiendo compartir datos entre los estudiantes de dicha institución y armar verdaderas redes de contacto. Sin embargo, a poco andar, y con la ayuda de Dustin Moskovitz, la idea tomó vuelo y se tomó la determinación de expandir Facebook a otras universidades, como Stanford, Columbia y Yale, entre otras.

Luego, fue el inversionista de riesgo Peter Thiel quien inyectara unos cuantos y necesarios millones de dólares en 2004, mismo año en que la empresa nace con todas las de la ley y Zuckerberg inaugura la primera oficina de Facebook en Palo Alto, California, ciudad en que permanecen hasta el día de hoy.

Ésta es, en síntesis, la parte bonita de la historia; la oficial, si se quiere. Sin embargo, mucho se ha escrito sobre la supuesta faceta oculta del relato, aquella sumamente turbia en que aparecen acusaciones de robo intelectual y hasta hackeo. Es la historia de compañeros que se volvieron enemigos, de un sitio web llamado ConnectU y de cómo Zuckerberg terminó desembolsando 65 millones de dólares de su bolsillo después de haber sido demandado.

Resulta que allá por 2003 Cameron Winklevoss, Tyler Winklevoss y Divya Narendra, todos estudiantes de Harvard, concibieron una suerte de red social para la universidad llamada HarvardConnection, y que más tarde será conocida como ConnectU.

La leyenda cuenta que el trío contactó a Zuckerberg (famoso a esas alturas en la universidad por haber desarrollado un sitio web que ya en aquel entonces le trajo problemas disciplinarios, por vulnerar la privacidad de sus compañeros) para que llevara el proyecto de ser una mera idea a un sitio web. Mark en un principio habría aceptado unirse al proyecto. Sin embargo, con el transcurso de los meses –según expone Business Insider en su investigación–, Zuckerberg habría dilatado el proyecto, estancando a propósito su avance y engañando a los creadores originales de la idea, dándoles a entender, primero, que la sobrecarga académica le impedía dedicar tiempo al desarrollo de HarvardConnection y, más tarde, que la idea no era viable.

Para sorpresa de todos, cierto día a principios de 2004 vio la luz thefacebook.com, red que sospechosamente parecía guardar algún parecido con cierta idea original. Sobra decir cómo deben haberse deformado en aquel entonces los rostros de Divya y los Winklevoss, quienes habrían visto cómo fueron engañados por Zuckerberg y su proyecto plagiado.

Pero una vivencia como aquella obviamente no podía quedarse en caras largas, de manera que una demanda en contra de Zuckerberg era cuestión tiempo. Al final en 2008, y tras un largo proceso judicial, se llegó a un acuerdo por el cual el buen Mark Elliot pagó 65 millones de dólares a su contraparte. Justificados o no, el hecho es que ese dinero se pagó.

Otro episodio que da luz sobre el retorcido carácter de de Zuckerberg radica en la investigación periodística realizada por Nicholas Carlson, editor de Silicon Alley Insider, quien señaló que durante el año 2004 nuestro buen amigo Mark se habría permitido el lujo de hackear a unos cuantos compañeros de universidad/enemigos –entre quienes se encontraban precisamente Cameron y Tyler Winklevoss–, adentrándose en sus correos electrónicos e interviniendo sus sitios web; todo ello con el fin de boicotear a la competencia y evitar la publicación de un artículo en que se revelaría la supuesta verdad detrás de la creación de Facebook y el robo de ideas.

Sin embargo, los hermanos Winklevoss no han sido los únicos personajes que, reclamando la propiedad de Facebook o parte de ella, han entablado acciones judiciales (si así fuera la historia ya no sería tan interesante). Notable es también el caso de Paul Ceglia, empresario y desarrollador neoyorquino que recién hace algunos meses afirmó que en 2003 suscribió un contrato con Zuckerberg, por el cual aportaba 1.000 USD a un –en aquel entonces– proyecto de red social, a cambio del 50% de su propiedad más un 1% de interés por cada día que transcurriera hasta terminar la construcción del sitio web. Sumando, tenemos que al final Paul Ceglia reclama un impactante 84% de la propiedad de Facebook.

Lo concreto, sin embargo, es que muchas de estas historias se basan en entrevistas y discusiones sobre las cuales no pesa aún una decisión judicial (salvo en el caso de la litigación de Zuckerberg con los Winklevoss). Pero al final todas concuerdan y parecen dar vida a un perfil interesantemente malévolo; el de un tipo egoísta, aprovechador, dispuesto a atropellar a quien se le pare por delante con tal de triunfar, quizá ladrón, ambicioso y déspota, incluso capaz de impedir que los usuarios de Facebook puedan bloquear su perfil (medida que dice bastante de su carácter y resulta más bien innecesaria, pues con o sin bloqueo, Zuckerberg sigue siendo naturalmente el patrón de fundo o el rey en su tierra). Todo esto hablaría, en definitiva, de un cuasi-psicópata, como algunos usuarios suelen decir.

Para colmo, la historia que en unos días llegará a los cines no parece dejarlo en mejor pie (si bien ya rondan por ahí teorías conspirativas sobre la coautoría del guión). Vaya uno a saber si en realidad los hechos ocurrieron como muchos insisten en hacernos ver, pero como el adagio reza, si el río suena es porque piedras trae.

Hacker pero no delincuente
Sea cual sea la verdad detrás de la historia de Facebook, lo cierto es que hoy Zuckerberg es mundialmente conocido como el fundador y actual CEO de la compañía. Y desde esta perspectiva, resulta interesante también analizar algo sobre el carácter su obra y, por qué no, su carácter propio. Después de todo, difícilmente la biografía completa de un hombre podría escribirse sólo sobre el relato de cuchillazos.

Aficionado al minimalismo y declarado admirador de Google, Mark Zuckerberg no tiene reparos al caracterizarse a sí mismo como hacker, siendo este mismo rasgo la impronta que quiso conferir a su red social. Animado por este espíritu rebelde, el propio Zuckerberg afirmó en alguna ocasión que lo que en realidad quiso hacer con Facebook fue “construir una cultura del hacker”, reconociendo además que es parte fundamental de su personalidad el moverse rápido y “romper cosas”, ya que en una descarnada competencia de talentos como la existente, es sencillamente la compañía que cuenta con los mejores hackers la que finalmente obtiene la victoria.

Su red social se funda sobre esa última premisa. Una vez más según palabras del propio fundador, es parte integral de la cultura de Facebook el conceder espacios a un hacker que podría ser tan bueno como 20 ingenieros, permitiéndosele trabajar rápidamente y hacer cosas alocadas. Según él, la noción de hacking tiene que ver menos con el destruir e irrumpir, que con el perder miedo a romper cosas y hacerlas mejores.

Aunque pareciera que a veces Zuckerberg también se toma aquello del hacking de forma bastante literal, pues como ya decíamos anteriormente, se le ha acusado judicialmente de haber intervenido en 2004 las cuentas de otras personas (en el contexto del relato previo sobre ConnectU). Asimismo, en sus años mozos tampoco desperdició la oportunidad de aprovechar los bugs de sistemas completos, llegando a dejar fuera de AOL Messenger a unos cuantos compañeros, mientras otros perdían tiempo irrumpiendo en computadoras personales ajenas o buscando vulnerabilidades en algún software.

De todas formas, como corolario de su corta pero intensa trayectoria –y como buena celebridad–, el balance pareciera ser positivo. En tal sentido los rankings de prestigiosos medios también aparentan ser lo suyo, pues Mark Zuckerberg tuvo el privilegio de ostentar el primer lugar en la lista de Vanity Fair de “los 100 personajes más influyentes en la era de la información” de 2010. Y todo por haber transformado al pequeño “The Face Book” en lo que hoy conocemos.

La criatura
Los alcances de la empresa llevada adelante por Zuckerberg ya están a la vista de todos. Para muchos el resultado más admirable seguramente sea la cantidad de millones de dólares que –se estima– vale Facebook. Sin embargo, para varios otros –entre quienes me incluyo– Facebook es más que la enorme pila de dólares que en pocos años hizo a uno de sus creadores probablemente más rico que Steve Jobs. A Zuckerberg le va bien en cuanto números, claro está, pero –de la misma manera en que Google podría darse el lujo de perder o ganar poco con YouTube porque sus cartas son otras– sus mayores logros pasan por una ganancia de poder y posicionamiento: la consolidación de, primero, una útil y popular herramienta web, luego la instauración de una moda, verdadero fenómeno social y hasta nuevos hábitos, y finalmente la consolidación de una gigantesca base de datos que no tiene problema en perfilarse como un sólido candidato –compitiendo codo a codo con otros monstruos del rubro– al honorífico título de “Gran Hermano”.

Facebook, a día de hoy, probablemente sea un poco de todo esto último. La evidencia indica que la empresa crece a un ritmo imparable, habiendo necesitado mucho menos tiempo para proyectar una tenebrosa sombra sobre Internet de lo que le ha tomado a imperios como Google y, desde luego, a otros “más 1.0? como Microsoft y Apple (sin perjuicio de que haya que considerar también todos los riesgos y desventajas de competir en este “mundo 2.0?). Sin embargo, es precisamente esta misma velocidad a a la que traga uno de los factores determinantes del miedo que inspira esa criatura llamada Facebook, sobre todo cuando nos desenvolvemos en un contexto histórico único, distinto a cualquier cosa que haya ocurrido antes, en una sociedad de la información en donde cuestiones como la privacidad pasan a ser el centro de la discusión hasta sociológica.

Probablemente se requiera de un artículo por sí solo para hablar del imperio que es hoy Facebook, con todas las implicancias tanto negativas como positivas (si acaso existen) que conlleva, más aún a propósito del eterno debate de la apertura de la información vs. privacidad. Pero para alcanzar a mencionar algo sobre el tema, baste pensar en las interesantes conclusiones que un investigador de Electrónica y Ciencias de la Computación de Reino Unido expresaba hace algún tiempo, en el sentido de que mientras más se difumina (o más bien se estira) la línea que divide lo público de lo privado, más difícil es otorgar una protección jurídica eficiente a ese hoy casi inexistente derecho llamado privacidad. Y es que, como el mismo investigador señalara, “a medida que se suben más vidas privadas a la red, se están reduciendo las expectativas razonables”, bautizando el fenómeno como “privacidad 2.0? y del cual, qué duda cabe, Facebook es el precursor y más emblemático baluarte, y Zuckerberg su padre.

Por último, si quieren que la cosa adquiera un cariz más tenebroso, casi distópico, para así hacerse una idea de hasta dónde nos ha llevado lo que fuera concebido como una simple e inocente red universitaria, baste pensar en la nueva función Places, la que llevará el hecho de que cualquier persona pueda etiquetarnos en fotografías comprometedoras sin nuestro propio consentimiento a ser la última de las preocupaciones, pues Places permitirá que una persona no sólo suba una fotografía de su amigo en un deplorable estado de ebriedad, sino que además informe a todo el mundo, a través de la geolocalización, que va caminando con él por algún barrio de dudosa reputación. Demás está decir que en ambos casos es bien poco lo que el amigo podría hacer para no ver vulnerada su dignidad y privacidad, salvo amenazar al simpático autor de la hazaña con una golpiza o, mejor aún, subir fotografías de la misma índole.

Cuando la privacidad no existe… O eso nos quieren hacer creer
A propósito de privacidad en la red, la particular visión de Zuckerberg sobre el controvertido tema no parece haber cambiado en los últimos años. Pero curiosamente sí lo ha hecho la forma en que muchos usuarios alrededor del globo ven al actual CEO de Facebook y el propio servicio.

A fines de 2008, cuando la cantidad de usuarios de Facebook apenas se empinaba hacia los 125 millones, siendo aún un humilde directivo y no habiéndose hecho merecedor todavía de tanta controversia y reconocimiento mediático, Zuckerberg declaraba:

No sentimos ninguna presión (…) Simplemente vamos a hacer lo mejor que podemos en términos de ser usados por la mayor cantidad de personas en todo el mundo.

Frente a ese políticamente correcto discurso –que no es sino el mismo proferido hoy en día–, no pocos usuarios pensaron que las intenciones de Mark eran tan loables como las de su obra de caridad más cercana, que le faltaba bastante para llegar a pensar siquiera en anteponer las ganancias e intereses comerciales ante el mejoramiento de su servicio, o que quedaba un largo trecho por recorrer como para poder compararse con otros CEO’s de la industria en un índice de maldad. La pregunta que cae de cajón es si hoy todos pensarían lo mismo.

Es más, respecto a lo abierto que Zuckerberg quiere que sea el mundo, ninguna duda dejan las declaraciones emitidas a inicios de este año, en las que el CEO pretensiosamente afirmó que la gente ya no quiere privacidad y que, por el contrario, se siente mucho más confortable compartiendo información y siendo lo más abierta posible, todo lo cual se transformó en una “norma” social que él fue capaz de prever.

Se trata de una visión sobre la que, por cierto, deberíamos sospechar si damos por verídicos los registros de una conversación de mensajería instantánea que difundió el previamente citado Business Insider. En los polémicos historiales, Mark Zuckerberg llama “dumb fucks” a los estudiantes de Harvard y usuarios de Facebook que le habrían confiado su información privada, cuando apenas tenía 19 años y se jactaba de disponer de más de 4.000 mails, correos, direcciones y demás información privada, ofreciendo a su interlocutor ayuda siempre que necesitara saber algo sobre cualquiera en Harvard.

Desde luego esta “particular” visión, que supondría que el hombre ha de despojarse de algo tan propio de su naturaleza como lo es la privacidad –el derecho a mantener su vida en reserva y lejos del conocimiento de terceros–, ha cosechado una horda de detractores a lo largo y ancho del mundo, tanto en la misma red como en la sociedad civil y hasta en tribunales.

De cualquier manera, es evidente que Zuckerberg no puede hacer oídos sordos a las exigencias de una comunidad que, le parezca paradójico a algunos o no, demandan mayor privacidad en una red concebida precisamente como un espacio para ventilar su vida privada.

Eso sí, no nos confundamos, querido lector. El que Facebook sirva como plataforma para compartir con el resto de la comunidad fotos, vídeos, tiempo que podría emplearse en tareas útiles y hasta pensamientos, no implica que sus usuarios deseen mostrar tal información a cualquier persona, ni menos que aquella pueda ser comercializada para efectos publicitarios. De esta forma, me parece que quienes ven un oxímoron al incluirse los términos “Facebook” y “privacidad” en la misma frase están siendo, cuanto menos, algo simplistas.

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Decía antes que Zuckerberg, por muy obstinado y majadero en sus argumentos que pudiera parecer, no puede negarse a lo que sus usuarios piden. Probablemente tenga que ver más con el bienestar emocional y financiero de los inversionistas de su empresa que con mantener alegres a sus usuarios y hacer un mundo más abierto, interconectado y mejor, con conejitos saltando en la pradera y un arcoiris en el horizonte. Sea cual sea la razón, el hecho es que muchas veces los usuarios pusieron el grito en el cielo, los medios se hicieron eco de ello, y a Zuckerberg no le ha quedado más remedio que revisar las polémicas políticas de seguridad y privacidad del sitio, llegando incluso, en un par de ocasiones, a implementar nuevas configuraciones y no menos discutidos reajustes.

Hace un par de meses la demanda por un mejoramiento en las configuraciones de privacidad y seguridad alcanzó su clímax. Una buena parte de los usuarios veía el gran meollo del asunto en lo torcido y complicado de dichos apartados, aunque a decir verdad no pareciera que fuera el control de los usuarios sobre tales ajustes el problema de fondo. De todas formas Zuckerberg se vio presionado a publicar una columna en el The Washington Post refiriéndose al tema, reiterando algunos lugares comunes (como la visión de la empresa y su deseo por hacer del mundo un mejor lugar, más abierto y conectado), anunciando lo que en un pocos días se concretaría en una simplificación de las configuraciones de privacidad y enfatizando algunos puntos claves de la política de su red social, como que supuestamente no entregan información personal de los usuarios a otras personas o servicios sin su consentimiento, ni la venden a avisadores. Pero estas directrices se encuentran sujetas a interpretación, claro está, e investigaciones han demostrado que si bien no se entrega “información personal” a los avisadores, éstos sí obtienen, por ejemplo, los nombres, números de ID y –hasta antes de que se realizaran estas modificaciones y Mark Zuckerberg se viera entre la espada y la pared– datos como lugar de residencia u ocupación. Después de todo, que esté en las políticas de privacidad no significa que se respete.

Si no les molesta seguir leyendo ejemplos de cómo la absurda obstinación de Zuckerberg “le ha pasado la cuenta”, lean sobre las numerosas demandas que se han entablado en contra de Facebook alrededor del mundo por problemas relacionados con el manejo de información privada, como en Alemania y en Canadá (mientras que en la nación germana una asociación de usuarios demandó por la utilización de información privada de terceros –es decir gente que ni siquiera se había registrado en Facebook–, en el país del querido Justin Facebook ha debido encarar una demanda por vulnerar sus propias políticas de privacidad, comerciando con la información privada de sus usuarios).

500 millones de amigos no bastan
El carácter y las curiosas concepciones de Zuckerberg sobre lo humano y lo divino nos sirven de introducción para el último punto, referido a las innovaciones que Mark introdujo con Facebook Connect y demás características anunciadas durante la conferencia f8 de este año.

A muchos les podrá parecer mórbido que una sola persona albergue en sus manos innúmeros bits de valiosa información (no crean que sólo de mensajes como “fui al baño hace 5 minutos” se alimenta este hombre), logrando que 500 millones de personas ingresen a una misma red social –o simple sitio web–. ¿Y si Facebook ahora no fuera tan sólo un sitio web? ¿Y si el servicio se propagara por toda la red?

Seguramente no serán pocos a quienes les parezca baladí la existencia del botoncito “me gusta” en una tienda deportiva o un sitio de cine. Sin embargo, para muchos la sola posibilidad de ingresar a otros sitios con las credenciales de Facebook ya es motivo de desconfianza. Por supuesto que mucho más temor inspira el que toda Internet se plague de botones sociales, y se integren API’s del servicio social por doquier.

Zuckerberg señaló expresamente que quería hacer de Internet un lugar más social. Desde mi enfoque personal, se trata en cambio de sólo un eufemismo que apenas con algo de análisis podría traducirse en “queremos que para participar activamente de este maravilloso universo llamado Internet debas utilizar nuestro servicio”. Una prueba que me permite reafirmar el argumento son las propias declaraciones de Mark, quien alguna vez señaló “350 millones es bueno, pero cuando lo comparas con todos en el mundo es sólo un comienzo”. Más literal y autoexplicativo imposible.

Sin embargo, para algunos la imparable ambición –sana o no– de Zuckerberg no se queda en su red social ni en la Red, pues esta misma semana se ha hecho eco fuertemente en la blogósfera el rumor de que Facebook se encontraría ad portas de lanzar su propio teléfono, el cual, cómo no, operaría un sistema propio basado completamente en la red social.

Si bien la propia compañía desmintió completamente los rumores, declarando a través de un portavoz que lanzar un teléfono no se enmarca dentro de lo que “ellos hacen”, el medio impulsor de la información reafirmó con fuerza que sus fuentes son confiables y probablemente sólo se esté llevando a cabo una artimaña o bluff por parte de Mark Zuckerberg y compañía. En este sentido, conviene recordar que tras lanzar Android, Google también afirmó que era falso que estuvieran trabajando en su propio teléfono.

Conclusión… Y lo que viene
En 1999 el docudrama Pirates of Silicon Valley retrataba, en la actuación de Noah Wyyle y Anthony Hall, las historias detrás de quienes hubieran erigido los omnipotentes imperios de Apple y Microsoft (respectivamente). Hoy, en vísperas del estreno de The Social Network, no ha faltado quien haya realizado una comparación entre los perfiles de Zuckerberg y Jobs y entre ambas películas, afirmado que la segunda es para nuestros días lo que fuera Pirates of Silicon Valley para fines de la década de los ‘90. Y algo de parecido debe haber entre los protagonistas también.

Asimismo, en algún artículo anterior mencioné que la mejor forma de reconocer un evento o personaje que resulte realmente relevante o interesante para una comunidad, es observando si acaso ha inspirado alguna película; de suerte que el tema no es poca cosa. Zuckerberg se ganó dicho honor, y junto con ello una buena cantidad de biografías no autorizadas (ya lo querrá cualquiera que tenga 26 años), además del privilegio de aparecer hasta en Los Simpsons, South Park y en las noticias día por medio.

El anteriormente mencionado largometraje, a cargo del reconocido David Fincher –director de Fight Club y The Curious Case of Benjamin Button–, se estrenará oficialmente el 1 de octubre. Se sabe esboza un retrato poco feliz de Zuckerberg, exponiéndolo casi como un individuo de personalidad maniática que llegó a ser lo que actualmente es motivado por fama, dinero y sexo, ratificando así la tesis del CEO-Rockstar.

Sea cierto o no lo que se muestre en cines en algunos días más, no hay que perder de vista que la increíble base de 500 millones de usuarios (como referencia Google maneja 800 millones, y Zuckerberg apuesta a superarla) se ha formado en apenas un lustro, de manera que con esta curva de crecimiento, y a menos que tenga lugar alguna metida de pata irreversible y de proporciones inconmensurables, pronto nos veremos enfrentados a un verdadero imperio de la nueva era en Internet, sea para bien o mal, y haya sido su principal fundador un ángel o un… tipo malo.

En este contexto vale la pena –sin ánimo alguno de desacreditar la exitosa y admirable carrera de quien inspira este artículo–, si no dudar sobre la utilidad del invento y de la pertenencia al mismo, al menos meditar o reflexionar sobre lo que el solo formar parte de esta gigantesca comunidad significa.

Al final, con esas masas de información fluyendo diariamente, y a la luz de las polémicas que siguen surgiendo día tras día, buenas razones para desconfiar hay, aunque el CEO fuera el mismísimo Jesús.

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Categoría: Personajes.




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